viernes, 20 de abril de 2012

Una comida diferente



Pagó la última ronda  de unas cervezas que le habían sentado divinamente después de una intensa  semana de trabajo, se lo habían pasado bomba despotricando del viaje del  Papa, de la hipocresía de la Iglesia , de todo lo que les pedía el  anticlericalismo que los unía como la amistad que se profesaban y que les  servía para estar colocados en la misma empresa pública de la Junta.  




Se fue a casa para comer algo antes de echarse una buena siesta,  pero de camino se encontró con un olor que lo llevó directamente hasta el  paraíso efímero de su infancia. Un olor a cocido, a caldo humeante, el  aroma que lo recibía cuando llegaba a su casa después del colegio, con su  madre atareada en la humilde cocina donde la olla hervía sin  cesar.


Entró en un local que le pareció un restaurante modesto,  pero con encanto; iba distraído, pensando en el Informe Técnico sobre  Prevención de Riesgos Psicosociales de las Personas Expuestas a  Situaciones de Disrupción Económica Familiar que le habían encargado en la  empresa pública donde trabaja. En realidad, no era un restaurante; sino un  autoservicio frecuentado por gente de toda condición. Había personas  ataviadas a la antigua usanza, junto a individuos solitarios que vestían  según las normas alternativas del
arte povera. 

De pronto abrió  los ojos y se quedó pasmado al comprobar que, quien le servía la comida en  la bandeja, era una monja. Aquello era un comedor social y se vio rodeado  de eso que nunca se nombra en los informes ni en los dosieres que prepara:  pobres.

Quiso retirarse; pero la monja no lo  dejó. Le sonrió y le dijo que no se preocupara, que la primera vez es la  más complicada, que no debía avergonzarse de nada, que el cocido estaba  buenísimo y que, de segundo, había filete empanado; que no se perdiera las  vitaminas de la ensalada ni de la fruta, y que podía rematar la comida con  un helado de los que había regalado una fábrica cuyo nombre obvió. Se vio  sentado a una mesa donde un matrimonio mayor, y bien vestido, comía en  silencio, sin levantar los ojos de la bandeja. Enfrente, un tipo con barba  descuidada sonreía mientras devoraba el filete empanado y le contaba su  vida; había perdido el trabajo, el banco se había quedado con su casa,  después del divorcio no sabía a dónde ir; menos mal que las monjas le  daban comida y ropa, y que dormía en el albergue bajo techo. «Al final, he  tenido suerte en la vida, compañero; así que no te agobies, que de todo se  sale». No podía creer lo que estaba sucediendo. Nadie le había pedido  nada por darle de comer, ni le habían preguntado por sus creencias. Se  limitaban a darle de comer al hambriento, sin adjetivos.
Al  salir, no le dio las gracias a la monja que le había dado de comer. Pero  no fue por mala educación, sino porque no podía articular palabra. Una  inclinación de cabeza. Ella le contestó con una sonrisa leve. «Vuelvecuando lo necesites y, si no estoy, di que  vienes de parte mía. Me llamo Esperanza».

ARTÍCULO  DE PACO ROBLES EN ABC

1 comentario:

  1. Realmente este relato es la realidad de lo que esta pasando actualmente y por desgracia de lo queda por llegar, la situacion que estamos pasando ha sido por un mala gestion del gobierno y de los europeos, que no saben ni por donde viven, los americanos que fueron los causantes de dicha crisis,ya estan saliendo, pero aqui haciendo caso a dos personajillos y otro que teniamos antes que siempre decia que no estabamos en crisis,a si no vemos , perdiendo trabajo, viviendas , en fin la vida, por que unos señores no saben gobernar y otros se aprovecha de dicha circustancia , sea dicho el ser mas maligno del mundo la BANCA.

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