lunes, 24 de marzo de 2014

Una docena de oficios que ya no existen

Las nuevas tecnologías, los dispositivos móviles, las tablets, ordenadores y los dispositivos wearables han permitido el nacimiento de nuevas formas de trabajar y por consiguiente de nuevas “labores” hasta ahora desconocidas. Como contraposición a esta realidad, el progreso ha hecho desaparecer una gran cantidad de oficios tradicionales habituales en la época de nuestros padres, pero de los que nuestros hijos no han oído hablar en su vida.

1. Afilador

El afilador, también llamado amolador, era un comerciante ambulante, que ofrecía sus servicios de afilar cuchillos, tijeras y otros instrumentos de corte. Antiguamente, incluso eran reparadores de paraguas.
Hasta no hace muchos años, el afilador transportaba su industria en una bicicleta o motocicleta, cuyos pedales o motor accionaban la rueda de afilar. A lo largo del siglo XX, los afiladores urbanos tendieron a establecerse en locales situados dentro del recinto de los mercados o en la calle. El de afilador es uno de los oficios más característicos del mundo rural gallego, en particular del norte de la provincia de Orense, y más concretamente de los municipios de Castro Caldelas, Esgos, Chandreja de Queija, Nogueira de Ramuín, Pereiro de Aguiar, San Juan del Río y Junquera de Espadañedo. Mezcla de saber técnico y oficio itinerante, la ocupación de los afiladores gallegos los llevó por el mundo adelante ejerciendo una peculiar forma de emigración estacional.
Actualmente los afiladores son comunes en los países en vía de desarrollo, principalmente en los países de América Central y del Sur, donde la población no posee recursos suficientes como para sustituir sus herramientas de corte.

2. Aguador

Se llama aguador o aguatero a la persona que vende y distribuye agua entre la población. El aguador era una profesión muy popular en épocas en que no estaba generalizado el suministro de agua corriente.
Para conducir el agua potable a las casas, los aguadores guiaban dos o tres borriquillos de los cuales llevaban unas angarillas con media docena de cántaros de barro cocido y con ellos subían los conductores a las habitaciones y llenaban las tinajas o cacharros que para el objeto tenían destinados los vecinos. Estos modestos traficantes del agua se hallaban agremiados y cobraban una tarifa en función de la cantidad suministrada. Posteriormente, se introdujo otra clase de aguadores que con un carro de cubo y una caballería hacían el servicio de transportar el agua a las casas.
En Madrid, el oficio de aguador se prolongó por cuatro siglos, hasta el siglo XX. Se reunían en las principales fuentes de la ciudad para abastecerse de agua y distribuirla a las casas de los compradores. Existían numerosos tipos de aguadores en función del tipo de agua que acarreaban.
Actualmente, todavía existen aguadores en algunos países como en Siria, Marruecos o Ecuador. En particular, en Marruecos, el oficio persiste suministrando agua con una cazuelita a los transeúntes, si bien muchos se han convertido en una mera atracción turística al situarse ataviados con el traje tradicional en los puntos más populares de algunas ciudades como Marrakech.

3. Carbonero

Hace un siglo, en todas las zonas rurales era común ver la figura del carbonero, oficio ahora en vías de extinción, cuyo trabajo consistía en cubrir totalmente enormes pilas de leña con musgo y ramas tiernas, la carbonera. Luego prendía la leña, y dejaba que se quemara durante días. Luego, subía hasta la cima de la pila y pisaba.
Cuando la capa estaba estable y no temblaba, señal de que todo estaba secado y endurecido, abría la pila y obtenía el apreciado combustible. Pero muchos murieron al caer la pila, todavía sin endurecer, lo cual convertía la profesión en un oficio arriesgado.
Su trabajo se dividía en dos tareas: la tala de la madera y su transporte hacia la zona de carboneo, y el montaje de las pilas y el control del proceso de carbonización.
En la actualidad, ya no se usan pilas de leña, ahora se produce en hornos en el suelo. Son hoyos que se cubren con hojas de hierro para tapar alguna entrada de aire y sea muy elevada la temperatura para la cocción de leña. Las altas temperaturas se encargan de secar todo tipo de vegetal y así producir el carbón.

4. Farolero

Cuando no existía iluminación eléctrica, el farolero era la persona encargada de encender los faroles de una población y mantenerlos en buen estado.
A cada farolero se adjudicaba un determinado número de faroles y calles en concreto a las que debía asistir. Debía encenderlos a una determinada hora en las noches oscuras y en las de luna a la hora que se le señalara. Debía acudir al amanecer por aceite y mechas para proveer a los faroles y mantenerlos limpios, lo que debía hacer a primera hora de la mañana. Para realizar su trabajo, los faroleros estaban provistos de un chuzo, un pito, una linterna, escalera, alcuza y paños. Respondían del estado de los faroles que tenían asignados debiendo pagar los daños que les causaran.
A menudo, compaginaban su labor de farolero con la de guarda y según este encargo, debían estar vigilantes toda la noche desde el momento que se encendían los faroles hasta el amanecer. Entre sus obligaciones figuraban:
Darse voces de unos a otros desde las once de la noche, dictando la hora que era y el tiempo que hacía de cuarto en cuarto de hora no valiéndose del pito, sino para reunirse cuando necesitaran de auxilio. Aprehender los malhechores o ladrones que encontrasen depositándolos en la guardia, cuartel o cárcel más inmediata. Avisar cuando hubiere fuego en alguna casa, al dueño de ella y después a la guardia más inmediata pero sin separarse de su puesto pues para todo debían pasar la palabra de unos a otros, como cuando algún vecino les pedía que solicitasen al médico, cirujano o partera.

5. Lavanderas

Las lavanderas eran las profesionales especializadas en el lavado de la ropa, siendo uno de los oficios más duros, dentro de los que se prestaban a los hoteles y veraneantes, por personas del exterior. En ocasiones se simultaneaban con labores de planchado. Hasta finales del siglo XIX o principios del XX, la limpieza de las ropas se llevaba a cabo en las orillas de los ríos y riachuelos. Las lavanderas, de bruces sobre piedras o maderas inclinadas, realizaban el trabajo siempre penoso. Un avance importante supuso la construcción de cobertizos sobre las corrientes de agua, en cuyo interior se colocaron una especie de bancos o cajones, donde las mujeres podían acomodarse, de rodillas, preservándose de la humedad, disponiendo de una piedra, que en su parte inferior entraba en el agua y sobre la que podían jabonar, restregar y golpear la ropa. Aunque la información es escasa, en 1930 el lavado de toallas grandes de felpa se pagaba a 0,25 pesetas/unidad y la docena de servilletas a 0,30 pesetas. La paulatina aparición de los medios mecánicos de lavado, fue sustituyendo a las lavanderas, desapareciendo un oficio duro y mal retribuido.

6. Mielero / Quesero

La imagen del mielero–quesero, vestido con su típico mandil o guardapolvos de color gris, y zapatillas de esparto, y que transportaba en la mano una orza de barro que la mantenía mediante una cuerda, y que hundía en el recipiente en el que llevaba la miel. Así mismo llevaba dos talegos o talegas de tela similar a del los guardapolvos, en ella transportaba los quesos. Traía únicamente queso manchego, unos más curados, otros menos, pero solo esta clase de queso.
Su presencia se hacía notar voceando mielero–quesero, la gente salía a la puerta con el envase, y mediante un cucharón de madera que introducía en la orza, sacaba la miel enrollándola en el cucharón, y posteriormente la vertía en el envase desenrollando el cucharón.

7. Sereno

Quien no recuerda las películas españolas de los años 60 cuando el protagonista llegaba a su portal, daba unas palmadas e inmediatamente llegaba el sereno. Esta figura que ya ha desaparecido de nuestras ciudades, sustituidos por los porteros automáticos y los guardias de seguridad. Era el encargado de vigilar las calles y regular la iluminación en horario nocturno; y, en algunos casos, de abrir las puertas. Solía ir armado con una porra o chuzo, y usaba un silbato para dar la alarma en caso necesario.
Era obligación de los serenos recorrer continuamente las calles de su demarcación, en los puntos que tienen designados guardarla de ladrones y malhechores, evitar las pendencias aun cuando fueran domésticas; observar los incendios avisando inmediatamente, hacer que se recojan cuantas personas encontraren abandonadas en la calle; prestar auxilio a las que se lo pidieren y dispensar su favor y servicios en las casas que los necesitaren. En casos dados debían favorecerse unos a otros llamándose con ciertas señales dadas por un silbato que llevaban a este efecto. En su recorrido, anunciaban la hora y la variación atmosférica.

8. Vendedor de hielo

Hasta los años 60, el hielo era casi un artículo de lujo, pues, hasta que no se generalizó el uso de los frigoríficos en los hogares, solo se vendía por grandes bloques o por pedazos. Para el uso diario se compraba al vendedor callejero de hielo, que con un carro con una mula iba dejando un rastro: el agua que se filtraba por la mesa, cuando el enorme bloque de hielo empezaba a derretirse por el calor, a pesar de ir sobre una gruesa capa de aserrín y cubierto con una carpa plástica o más adelante en un cajón forrados por dentro en latón. Las primeras neveras, bajitas, cuadradas, con cuatro patas y una puerta gruesa y muy pesada que se cerraba con una manija parecida a la de los cuartos fríos y sin embargo no eran capaces de producir frío que se conseguía a base de meter en ellas grandes trozos de hielo y esta era la manera de conservar los alimentos.

9. Trapero

Desde el siglo XVIII se definió el oficio de trapero como “el que anda recogiendo trapos arrojados a la calle, que lavados sirven para fabricar papel”. Su actividad ya aparecía regulada en Aragón desde el siglo XV.
La principal actividad de los traperos, también conocidos como ropavejeros, estaba relacionada con la compra de trapos viejos, suelas de alpargata, lana, etc. Con su burro cargado de pucheros de tierra, platos de porcelana, botijos, tarteras, cazuelas de barro… intentaban vender o cambiar estos por trapos viejos, pieles de conejos, lana vieja y cartón. Generalmente se colocaban estratégicamente en plazas y callejones, aunque en algunos pueblos establecían su espacio de compra-venta a la entrada.
El trabajo posterior a la compra de trapos consistía en clasificarlos por tejidos para su posterior manufactura: por un lado la lana pura, por otro los tejidos de lana y por último lo que llamaban trapos, que eran los de lino, cáñamo y algodón. Posteriormente se lavaban y prensaban por separado y se almacenaban en balas o pacas para entregarlas en las distintas fábricas. El uso que se daba a estos trapos era muy curioso; las fibras textiles, tanto de lino como de algodón, conformaban la base principal de la industria papelera, incluyendo los papeles para periódicos que se hacían exclusivamente con este material.

10. Cobrador de tranvía

En el siglo XIX la tripulación de los tranvías estaba formada por el mayoral o cochero y el conductor o cobrador. Tuvo probablemente, sus orígenes en los omnibuses del siglo XIX, ante la necesidad de poder cobrar el viaje en los breves trayectos urbanos.
El cobrador era el empleado más próximo a los usuarios, y de su buen hacer dependía la correcta marcha del mismo.
Además de la función que ya se desprende del nombre, es decir el cobro del viaje, el conductor debía avisar al mayoral de las paradas para ascender o descender al pasaje, facilitar acomodar a los viajeros, sobre todo mujeres y niños y mantener la disciplina en el interior del coche.

11. Pipera

Los puestos de pipas y caramelos han sido una imagen tradicional en las calles de Madrid, hoy desaparecidos. Los piperos desarrollaban su trabajo a la intemperie, soportando frío y lluvia en invierno y calor en verano, protegiéndose de estas inclemencias con plásticos y paraguas o sombrillas.
El puesto constaba de una pequeña banasta de cestería apoyada en un pequeño taburete y la persona que estaba al frente se sentaba bien en el escalón de algún portal o bien en una silla de tijera.
Los artículos que se vendían eran generalmente a granel para lo cual disponían de un vaso o recipiente para establecer la medida solicitada en base a la cantidad que el comprador quería adquirir. Los productos a la venta eran como norma general: pipas; caramelos, envueltos y sin envolver. Entre los envueltos eran muy habituales los de la marca “Saci”, de menta, de fresa y de cola; regaliz; pastillas Juanola; Pastillas de leche de burra.; chicles. Una marca muy conocida era Bazooka; cigarros sueltos; piedras de mechero tabaco suelto o papel de fumar.

12. Colchonero

El oficio de colchonero es un oficio artesanal y ambulante. El colchonero era un hombre que recorría las casas, previo encargo, para elaborar o rehacer colchones de lana de oveja. Aunque el proceso parece sencillo, llevaba su tiempo, tres o cuatro horas, dependiendo del tamaño del colchón. Primero era necesario preparar la lana. Para ello, esta era levantada y golpeada con dos bastones de castaño o boj, produciendo un sonido muy característico, con el fin de hacer saltar la suciedad y que quedase bien blanda.
Luego se extendía en el suelo una tela, en la cual se extendía la lana hasta la mitad formando un prisma y mirando que quedase bien repartida por toda la superficie para que no quedasen bultos. Entonces se procedía a cubrir la lana con la otra mitad de la tela y se empezaba a coser la estructura formando un saco con hilo y aguja bastante gruesos para que con el peso de una persona encima no se rompiera el colchón. Una vez la estructura estaba acabada se atravesaba el colchón con una beta o cordón por diferentes puntos para evitar que la lana se pudiera moverse o desplazase por el interior.
Para el acabado final, se procedía a coser las esquinas y a coser un cordón por todas las aristas del prisma, relleno de un poco de lana del interior, para mantener la forma de toda la estructura.

Susto al gato


Padre e hijo


Carga fail


La segunda hola a mitad de plecio


Bilbobus


- Antxón: ¡Ahívalahostia Patxi! ¿Qué hacemos si no gira el bus en la rotonda?

- Patxi: Pues girar la rotonda, que somos de Bilbo.

Vídeo real del pueblo de Elantxobe (Vizcaya).


40 centímetros

Un bastón de 40 cm. ( sin marcas) es dividido en 4 partes. La longitud de cada parte es un número entero de centímetros. Estas 4 piezas pueden ser usadas combinandolas para medir cualquier entero entre 1 y 40.
¿Cuanto es la longitud de cada parte?

La solución pasando el ratón por debajo:

Usando los 4 trozos de 1 3 9 y 27 puedes medir cualquier numero hasta 40, sumando y/o restando alguno de ellos pej
1 solo el 1: 2 usas el 3 y restas el 1; 3 lo mides directo; 4 usas el 3 y el 1; 5 usas el 9 y le restas 1y 3; 6 usas el 9 y restas 3, y asi con todos los demas

Teletienda: La chorrimanguera


Del creador de la batamanta y el pajilleitor plus, nos llega la chorrimanguera, una manguera especial para los que no tienen ni idea de usar una manguera convencional. En este caso, viene con regalo y es que por cada chorrimanguera que nos compremos tendremos un Baber Monguer, para los que son más torpes a la hora de beber algo sin mancharse. 

¿ Por qué los bebés nunca sufren acrofobia, miedo a las alturas?


Estoy convencido de que si a cualquiera de nosotros nos metieran en la caja de cristal que han puesto en el pico Aiguille du Midi (Francia), a 3.842 metros, sentiríamos, cuando menos, cierta intranquilidad. Yo, directamente, sentiría acrofobia, que es el miedo a las alturas. Sin embargo, si un bebé se paseara por el suelo transparente del Chamonix Skywalk lo haría con tanta tranquilidad como si lo hicera sobre la alfombra de casa.
Y es que los bebés son incapaces de sufrir acrofobia, ni siquiera una leve intranquilidad a las alturas. Y si un bebé se cae de un sitio, no le tendrá miedo, y seguirá cayéndose con la misma falta de cautela. Es cuando nos hacemos adultos que cambia nuestra propiocepción, es decir, la percepción visual que posee el individuo de su propio movimiento. Al menos es lo que sugieren los experimentos publicados en Psychological Science por parte de un equipo de psicólogos liderados por Joseph Campos que estuvieron analizando el comportamiento de bebés que gateaban y bebés que aún no habían aprendido a hacerlo.
Las pruebas consistían en introducir a bebés que aún no gateaban en vehículos de cuatro ruedas para habituarles al movimiento. Semanas después, al situar a todos los bebés sobre una plataforma elevada, los que no sabían gatear presentaban más ansiedad que los que sí sabían.
Del mismo modo, en un segundo experimento, los bebés estuvieron dentro de una habitación en la que se movían el techo y las paredes: el objetivo era recrear la sensación de moverse hacia adelante. Los que habían estado en los vehículos de cuatro ruedas retrocedieron, los que no, se movieron mucho menos. Según Campos:
Estas pruebas sugieren que el acto de impulsarse le enseña al cerebro a estar atento a lo que hay en su campo de visión periférica para ajustar su equilibrio.
Este análisis explicaría el motivo por el que las personas se marean con mayor facilidad viajando en un helicóptero que en un avión. La visión periférica durante el viaje en avión es casi la misma durante todo el trayecto, mientras que la del helicóptero es más variable

Fuente

Parecido Razonable


Cuando me siento en el sofá después de comer